miércoles, 5 de marzo de 2014

http://www.youtube.com/watch?v=RgKD7kgw9b4

2 comentarios:

xeffan dijo...

El placer en el deseo es tanto en el acto creativo que anticipa el objeto, como en la propia contemplación de dicho objeto anticipado.
Ese placer radica en que la virtualidad del objeto en el deseo es ya una forma de posesión y de realidad.
La cualidad de ese placer es tanto por la tensión de la conciencia de necesidad, como por la perfecta naturaleza de esa posesión íntima y subjetiva.
Luego, desear es poseer así como crear es conocer.
No es sólo que la realidad sea doble: íntima o compartida. La realidad es un fractal que se redensifica con sucesivas dualidades antagónicas. La realidad íntima está constituida por el deseo-antideseo. El propio movimiento es un ejercicio continuo de ese contraste entre planos. Sólo es posible conservar el deseo por el antideseo. Ambos se alternan o se solapan en la conciencia. El antideseo no es sino el rechazo al deseo y el deseo es la necesidad infinita de poseer-crear-conocer. El antideseo es la afirmación de la absoluta individualidad y el deseo es la desesperada urgencia por trascenderla. Ambas definiciones no sólo son absurdas si se contemplan aisladamente, sino que tampoco es posible establecer un criterio ético, un deber ser en algún sentido. Deseo y antideseo operan respecto a cualquier realidad susceptible de ser concebida, incluso en relación al propio pensamiento. Cada realidad es por ello un elemento infinitamente complejo y matemáticamente irresoluble. La única elección lógica es abandonarse a la mecánica de la dialéctica de esas pasiones. La propia lógica no es sino la aparente linealidad del acto bidimensional de renunciar/poseer, negar/crear o ignorar/conocer. Para dejar de existir es preciso ser, para renunciar es preciso poseer, para negar es preciso crear y para ignorar es preciso conocer. Simultáneamente, ya que la consecución temporal es un mero espejismo útil para la relectura lógica de la autoconciencia.

xeffan dijo...

La intensidad, forma y persistencia del deseo, depende casi enteramente del que desea.
Los objetos y modos del deseo varían según los estados de ánimo, las experiencias previas, la concepción del universo y la del propio yo.
El deseo supone la aceptación de la carencia como única vía para la posesión. Esta carencia es connatural al deseo y se da en proporción al modo e intensidad de éste.
La pérdida más dolorosa implica el deseo más profundo.
La mayor pérdida es la renuncia al yo emocional primitivo que constituye la esencia sobre la que se desarrolla toda la personalidad.
El tipo de deseo capaz de desencadenar ese grado de renuncia, es conocido en la literatura como amor.
Aunque se da un abuso y una distancia a la referencia del concepto que ha supuesto que, en numerosas ocasiones, carezca de auténtico sentido tratándose, más bien, de deseos de otra naturaleza.
Ese deseo implica un yo hipotecado y excéntrico que, a pesar de ello, se experimenta como una experiencia valiosa que concede un sentido último al yo.
Se traslada la necesidad esencial de permanencia a un objeto irresolublemente externo cuya desaparición no implicaría la desaparición del deseo, al contrario de lo que le sucede al propio yo, de ahí el apremio de la incertidumbre.
Esa fobia a la extinción del objeto va más allá de la posesión e incrementa la tensión característica del deseo.
Lo cual implica una forma específica de placer diferente del gozo o del dolor, ya que los contiene indisolublemente a ambos.